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EL INFORME
Teatro
septiembre 1981
(un prólogo y un acto)
Personajes:
Payaso (títere)
Malionda
Acechador
Crispo
Policía
• La acción se desarrolla en la orilla de un camino vecinal de tierra. Al borde de éste se encuentra una gran piedra, tras la cual se esconde, observando, un hombre.
• El camino cortará oblicuamente la escena, quedando a un lado de él la gran piedra.
• El acechador irá pulcramente vestido de cintura hacia arriba, es decir, chaqueta impecable, camisa blanca, corbata, etc., pero el pantalón estará visiblemente sucio y estropeado, al igual que su calzado. De edad madura, alrededor de 50 años.
• Malionda, joven, con un vestido amplio y sencillo, descalza, dando la sensación de libertad.
• Crispo, joven también, pero vestido más convencionalmente, aunque de sport.
• El policía será viejo y achacoso, con un uniforme arrugado, sucio y gastado (todos estos detalles deben ser muy ostensibles). También llevará colgando y arrastrando diversas armas de distintas épocas (hacha, espada, metralleta, bombas de mano, arco, pistola, fusil, una máquina de escribir, etc.); todas estas armas deben hacer mucho ruido cuando aparezcan en escena. El uniforme será de la época actual.
• Las acciones del Acechador, durante toda la obra, es indispensable y esencial que las realice arrastrándose; no debe, bajo ningún concepto, levantarse.
• En la parte opuesta, enfrente de donde se encuentra la piedra que oculta al Acechador, puede colocarse un árbol cuyos frutos sean bombillas de diversos colores, las cuales se encenderán intermitentemente durante toda la obra.
PRÓLOGO
La escena se encuentra totalmente oscura. Pasan unos segundos, de repente un fuerte haz de luz se posa en el centro de la escena, donde se encuentra, sentado, un payaso (títere), triste, con la cabeza entre las manos y los codos sobre sus rodillas. Sorprendido, se levanta (con acciones como si fuera un títere). Mira al público, entre dolido y asustado por haberle sacado de su asilamiento. Al fin, habla.
Las cuerdas o hilos gruesos que lo mueven serán perfectamente visibles. El payaso dará la sensación de ser manejado desde las alturas.
PAYASO.- Ustedes no me conocen. Yo, desgraciada o afortunadamente, tampoco a ustedes. (Habla con tristeza) Esto es motivo suficiente para elevar una gran barrera de indiferencia entre nosotros. Sin embargo, es posible que algunos de nuestros pensamientos coincidan. Tal vez, incluso reconozcamos que ese pensamiento general que todos utilizamos diariamente nos es ajeno, aunque echemos mano de él constantemente para evitarnos responsabilidades.
Poder tomar una decisión es signo de libertad. Tomar una decisión te obliga a desechar las demás. Y yo me encuentro en ese punto. No quiero moverme por no desperdiciar todas las posibilidades que me ofrece la vida. ¡Ya sé, ya sé! Debo ser valiente y decidirme, pero no sé si me comprenden… mi decisión es precisamente esa, NO TOMAR NINGUNA DECISIÓN. De esta manera seguro que no yerro. En todo caso, que las tomen otros por mí, así siempre podré echarle la culpa al otro.
Para qué molestarme en tomar un camino si al final todos llevan al mismo sitio. No nos damos cuenta que hagamos lo que hagamos estaremos haciendo lo que ellos quieren. Nos dan libertad con un mapa y los recorridos ya establecidos. No te puedes salir, porque te caes y nadie te ayuda. Al contrario, te señalan, te juzgan y te condenan. ¿Por qué? (mueca de ignorancia) No lo sabremos nunca.
Si bien, me pregunto: ¿Tiene límite nuestra mente? ¿qué nos impide romper esa muralla? Tal vez sea hoy el día indicado para borrar todo aqullo que nos separa; aunque quizás siga siendo todo inútil, falso, vano y… ¿por qué no decirlo?, obsceno (pone cara de asco y hace un ademán de desprecio hacia el público. Se va, pero a los dos pasos se para y regresa donde se encuentra el haz de luz que no se ha movido para nada).
Sin embargo… ¿qué pierdo yo?, ¿qué pierden ustedes?, ¿qué perdemos todos?
(Silencio. Se sienta abatido en el suelo).
Qué nos mueve, sino la inèrcia. Claro que ésta es, diran ustedes, libre de ser tomada, incluso dirigida y manipulada por nosotros mismos. Aunque también es verdad que el dirigismo implica una meta, un destino —partidista— pero un destino. A pesar de ello, desgraciadament, yo no tengo ninguno.
(pausa)
Ante mi encuentro una infinidad de caminos, de direcciones extrañamente atrayentes, mas tan pronto me decido por una, mi arrepentimiento es inmediato, ¿inseguridad?, quizá sea sensatez, pura y simple sensatez…, tan sólo afán y deseo por encontrarme en el camino ideal. ¿Existe el camino ideal por sí mismo?
(pausa)
Esta pregunta me desorienta, me martiriza. Me cuestiono continuamente si las cosas son por sí mismas o gracias a mi. Acaso, una vez seguro de la dirección, ésta sea la equivocada; pero… ¿equivocada, por qué?, y, en todo caso, ¿para quién? Estamos en lo mismo. Todo es relativo, todo es subjetivo. Si analizamos nuestros movimientos, antes de realizarlos, quedaremos presos de la inseguridad, quietos, muertos en vida, sin posibilidad de expresión, terroríficamente inmóviles. Hasta lo objetivo, lo real, lo palpable, es relativo. Los conceptos objetividad e imparcialidad, no existen. Son palabras, meras palabras.
(pausa)
He tratado muchas veces de forzar al máximo mi comprensión, y lo único que he conseguido es enmarañarme en preguntas que producen nuevas preguntas; he caído inmediatamente en la desilusión, en la desgana, en la inercia. Porque al contrario que a muchos, la apatía, la desidia me incomodan. Por el contrario, siento que la originalidad me mueve y que la timidez me frena. Unas veces gana una, otras la otra. También es verdad que la cobardía —mi cobardía— ayuda desinteresadamente a mi timidez, por lo que ésta se encuentra en condiciones superiores a la originalidad. Es un paso adelante y dos atrás. Cada vez, contra mi yo, voy retrocediendo más y más. Mi vida es una involución constante con respecto a mi ideal. ¿Cuántas veces he podido ser yo mismo, limpio de impurezas externas? ¿Cuántas veces, al tratar de serlo, han saltado los guardias de mis prejuicios delante de mí y, con su enérgico brazo en alto, me han parado, me han hecho volver sobre mis incipientes e inseguros pasos? ¿Cuántos intentos más me faltan para triunfar?, o ¿quizás éste es mi sino?: “Intentar, solamente intentar, nunca conseguir”.
Puede que simplemente sea un inductor pero no un partícipe. Y de ser cierto esto, de saberlo con seguridad, sería mi suicidio como ser, mi final como hombre. Tendría delante de mí lo que más odio en esta vida. No podría soportar conocer el camino y tenerle miedo al mismo tiempo.
(levantándose y señalando al público)
Ustedes quizás sepan de caminos seguros, de posiciones estables, de invariabilidad de carácter, de firmeza, de seguridad en los actos…, o tal vez no les importa, no les preocupa, pero viven, o más bien ésta es la única posición que les permita vivir. ¡Qué más da lo que piensen!
(haciendo un gesto de desprecio, se marcha, al tiempo que dice)
Palabras encima de palabras. El éter está lleno, repleto de palabras, que no han conseguido realizarse.
(se marcha, pero antes de salir de escena se detiene y señalando al público —el foco le ha seguido hasta el punto donde se encuentra él—, dice)
¡Maldigo el pasado por producir presente (derrumbado anímicamente, baja el tono de voz), y a éste, probablemente, lo maldeciré mañana por el mismo motivo.
(sale de escena. El foco se apaga y queda todo en penumbra. Unos segundos y, después, se ilumina el escenario, dando comienzo a la escena primera).
ESCENA I
(Se ha hecho la luz en el escenario. El Acechador se encuentra tras la piedra en actitud expectante. Malionda entra en escena por detrás de él. Se pasea repetidamente, manos atrás y mirándole sorprendida)
MALIONDA.- (parándose delante de él) ¿De qué se esconde?
ACECHADOR.- (sorprendido) No me escondo, ¡acecho!
MALIONDA.- ¿Es su profesión? (sin dejarle contestar) Yo también he trabajado en infinidad de oficios. Una vez, no recuerdo cuando, fui pescador de imaginaciones. Todas ellas ocurrentes y simpáticas, aunque quizás nimias e irresponsables. (pausa) Debía saber con certeza cuáles eran las idóneas y cuáles no lo eran. Tenía entonces la cabeza un poco hueca, o un mucho, ¿quién sabe?
Era ciertamente maravilloso inmiscuirse en los pensamientos ajenos. Tenía, bien es verdad, una patente habilidad para conseguirlo. Aunque a veces me encontraba con pensamientos terriblemente deshonestos y hasta repugnantes. Quizás por eso estoy tan sola, o tal vez sea por otra cosa, puesto que nunca se sabe a ciencia cierta porqué actúas de una forma concreta. ¿No le parece?
(pequeña pausa; el Acechador no contesta)
El mundo, muchas veces, me parece una simple imaginación lanzada al vacío. Una imaginación torpe, imperfecta, inacabada. Lo que ocurre, y me lo pregunto a menudo, es si lo torpe, limitado e imperfecto es sencilla y llanamente mi imaginación…
(pausa)
¿No lo cree usted así?
ACECHADOR.- (Atento al camino, sin —parece ser— haberle escuchado. Por fin se vuelve) ¡Agáchese, por favor…! Me va a descubrir.
(agarrando de un tirón a Malionda y colocándola a su lado)
MALIONDA.- Pero… ¿qué ocurre?
ACECHADOR.- Estoy al acecho
MALIONDA.- ¿De qué?
ACECHADOR.- Y qué importa, el caso es acechar
MALIONDA.- ¿Sufre usted mucho?
ACECHADOR.- No mucho, aunque la humedad, por las noches, es muy intensa. Hay días, cuando el acecho es improductivo, que casi me convenzo de la inutilidad de mi trabajo. Es más, me dan verdaderas ganas de echar todo a rodar y pasarme al campo del acechado. Porque tiene usted que saber que todos, absolutamente todos, estamos acechados, ¡nos vigilan!, o mejor dicho, ¡nos vigilamos continuamente! Y esto es un hecho cierto y comprobado. Lo vengo advirtiendo desde que tengo uso de razón.
(pausa)
Y, por otra parte, tampoco entiendo por qué debo sufrir. El sufrimiento, como el placer, son meras palabras que califican un sentimiento subjetivo, personal, y que muchas veces, ambas, determinan una misma sensación en distintos individuos.
(pausa)
Cuando desfallezco me acuerdo de la situación que padecen los que están fuera de la Compañía, y esto, rápidamente, fortalece mi espíritu.
MALIONDA.- Me sorprende. De todas formas… ¿yo también estoy acechada?
ACECHADOR.- Naturalmente, todos tenemos nuestro perro y nuestro ratón. Es curioso, esa cadena nunca se rompe.
MALIONDA.- ¿Y le pagan mucho por este trabajo?
ACECHADOR.- Depende.
MALIONDA.- ¿De qué?
ACECHADOR.- Esas son cosas que se escapan a mi entendimiento.
MALIONDA.- Acaso sea porque no se ha preocupado lo suficiente. Yo sé, por propia experiencia, que tanto la desidia como la mortalidad inconsecuente, son culpables de caminos inacabados, de paredes a medio encalar. Tal vez usted padece alguna de estas dos causas. Si quiere yo misma iré a preguntar, a interceder; lo único que necesito es que me diga dónde he de ir y cuándo. Aunque dudo, siento decírselo, de mi éxito; no porque me falte seguridad en mí misma, no, sino porque seguramente no entenderían mi forma de expresarme. De todas formas, me gustaría intentarlo; quizás esté equivocada y lleven años esperando mi llegada para solucionar mi problema. Existe gente que se marca un camino en su mente y se obceca en seguirlo, sea cual fuere su destino, sin atenerse a las consecuencias ni a los efectos. Es incomprensible, pero es cierto.
ACECHADOR.- No creo que resultara. Llevo más de dos años en este trabajo y nunca me han indicado si lo hago bien o mal, si están contentos o insatisfechos con mi labor. Tan sólo hace, aproximadamente, tres meses vino un superior y me dijo, palmeándome la espalda: “¡Bien hombre, bien!
MALIONDA.- ¿Y eso es todo?, ¿no le dijo nada más?
ACECHADOR.- ¿Y qué quiere más? Yo me sentí, ese día, satisfecho, muy satisfecho. No a todos los acechadores un superior les golpea amistosamente la espalda.
MALIONDA.- Sí, en eso tiene usted razón… (reacciona elevando la voz). Pero quizá se quedó corto en su felicitación, ¿no cree? No sé…, podría haberle preguntado por su familia…, por el tiempo…, por cuántos ángeles lleva en el bolsillo… (pausa). Posiblemente su actitud fue obligada por qué sé yo qué normas protocolarias.
ACECHADOR.- No creo, se le veía muy sincero. Naturalmente dentro de la sinceridad permitida en nuestros superiores.
(pausa)
MALIONDA.- (Preguntándole de improviso) ¿Cuánto cobra usted?
ACECHADOR.- Bueno, de momento me han dicho que las cosas no van todo lo bien que ellos quisieran. Que debemos establecernos y asegurarnos una base firme. Que debemos sembrar para después recoger. Que quizás el año que viene, si Dios quiere, puedan repartir beneficios y prebendas. De todas maneras, como usted sabe, los esclavos de hoy son los únicos que mañana pueden ser tiranos. De cualquier manera, no es cosa que me preocupe grandemente. Sé que más tarde o más temprano llegará mi recompensa.
MALIONDA.- Entonces… ¿no cobra? ¿no cobra absolutamente nada? (pausa) Vamos a ver si lo entiendo. Usted obedece ciegamente, no porque ello le guste, sino porque es la única forma de, en el futuro, poder mandar… ¿Es así?
ACECHADOR.- Más o menos. Pero tampoco es una situación fuera de lo común, extremada, tal y como usted quiere presentarla. Esto es lo corriente. Por otra parte, tampoco, el periodo que nos ocupa, es tan humillante. En cierto modo estoy bien considerado. Sin embargo, y no lo digo con ánimo de protestar, pues ya se sabe que la gente nos quejamos de puro vicio. Un poquito descontento sí me encuentro, para qué voy a ocultarlo.
MALIONDA.- Usted…, usted se encuentra ya integrado en el gran engranaje maestro, ¿no es así? (sin dejarle responder) Usted se siente parte de él, y esto le hace fuerte; empieza a sentir cierta superioridad. Aunque es natural que, dada su posición actual, todavía sea de los que miran de abajo a arriba.
ACECHADOR.- No acabo de entenderla. ¿No es algo inconexa en su forma de hablar?
MALIONDA.- Todo en este mundo está conectado. Lo queramos o no. Todo tiene su gran o ínfimo contacto. No existe nada, absolutamente nada, suspendido en el vacío. Da igual el camino que tomes, todos llevan indefectiblemente, a algún sitio, aunque éste resulte se la nada; y la (remarcando) Nada es el comienzo del (remarcando) Todo; es el final del Todo y es el camino entre el Todo y el Todo; entre el ser y el seré.
ACECHADOR.- Lo siento pero para mí sigue siendo usted tremendamente extraña, es más, sus palabras me resultan herméticas y cerradas.
MALIONDA.- Posiblemente eso es lo que hubiera ocurrido de haber abogado por usted.
ACECHADOR.- Quizás…
MALIONDA.- No entiendo cómo los hombres siguen siendo hombres. (pausa) Evidentemente el hombre actúa por impulsos, sin ninguna lógica, y gracias o por culpa de ello nos encontramos donde estamos. (pausa, y mirando a lo lejos, alzando la cabeza por encima de la piedra) ¡Por allí viene alguien!
ACECHADOR.- (volviéndola a esconder tras la piedra de un empujón) ¡Agáchese, por Dios! Me va usted a perder. (pausa, Malionda intenta hablar pero el Acechador se lo impide tapándole la boca).
ACECHADOR.- (susurrando) ¡Calle!, nos van a descubrir!
…….
ESCENA II
(Entra en escena Crispo, se para en el centro de la escena)
CRISPO.- ¡Este lugar me gusta! (respira profundamente mientras alza los brazos) Aunque el ruido y los humos me molestan (con las manos hace intención de despejar la atmósfera; por supuesto, en escena, no aparece humo ni se oyen ruidos). El ambiente está cargado, pero mi pecho está acostumbrado a tales dificultades (se golpea satisfecho el pecho). El paisaje es ideal para pensar libremente, para dar rienda suelta a los instintos, a los deseos, a los hechos consumados. En fin (resignado), incluso la sinceridad puede ser ficticia. No obstante, siento en mi interior una pequeña luz, una débil luz, dispuesta a iluminar con fuerza o a morir por falta de energía. Fatal dependencia la mía. Necesito a alguien a quien responsabilizar de mis decisiones, de mis deseos; en fin…, si el hombre no me escucha… (arrodillándose y tocando la tierra con las palmas de las manos), puedo hablarle a la tierra.
(mientras el Acechador está tomando notas de todo lo que hace y dice Crispo)
MALIONDA.- (escapándose del Acechador, se levanta de un salto y se dirige a Crispo) ¡Hola!, soy Malionda, la aplaudidora y la aplaudida; la que se entusiasma con todo lo que produce nada; la que inventa canciones al andar; la que posee al ser poseída; la que mata por matar y da de beber a la vida. Esa es Malionda. ¡Esa soy yo! (todo esto lo dice sonriendo, al mismo tiempo que se va acercando a Crispo)
CRISPO.- (asustado) ¿Quién eres?, ¿qué quieres?, ¿de dónde sales?
ACECHADOR.- (todavía escondido y con voz de ultratumba) ¡Del caminoooo!
CRISPO.- (desorientado) ¿Qué…?, ¿cómo…?
MALIONDA.- No te alteres. Es el Acechador.
CRISPO.- ¿Qué acechador?
MALIONDA.- (señalando al Acechador) Ese hombre que ahí ves, acecha; acecha sin parar y sin un motivo justo, caso que el acechar pudiera ser justificado. Nació para ello, para acechar. Te estaba acechando cuando venías. Le he intentado ayudar, pero se niega. ¿Por qué no lo intentas tú? A mí, desgraciadamente para él, me ha sido imposible. Acecha y acecha sin pensar, por inercia, sin comprender lo que hace. Y dice que no cobra. Es de clase inocente y bondadosa, pero ellos, los de su clase, se animan, se imitan, se transforman. Quieren llegar a metas fuera de su alcance, a metas artificiales y de papel de fumar; y cree que éste es el camino, el único camino. Aunque también es verdad que no les han enseñado ningún otro. Cuando menos se lo espere, resbalará o le harán resbalar, y caerá, una y otra vez, justo en la misma salida. Así hasta el día del juicio final de los acechadores.
CRISPO.- No entiendo nada.
MALIONDA.- ¿Sabes que he sido pescadora de imaginaciones? (dando varias vueltas sobre sí misma y poniendo los brazos en cruz) Entonces era una loca, una verdadera loca (parándose y volviendo junto a Crispo, que pone cara de espanto). Pero no temas, ahora ya no, ahora vivo de la vida, de tu vida, de nuestra vida, de la vida de todos (mirando al Acechador, que sigue inmerso en su trabajo) ¡de ése, aunque él no lo sepa!
(pausa)
He conocido muchos acechadores, pero como éste ninguno. Normalmente suelen llevar paraguas y una cesta con viandas; son previsores como los caracoles, pero éste no, es un poco raro el tío.
CRISPO.- (rascándose la cabeza) No te comprendo muy bien…, bueno, en realidad, no te comprendo nada.
MALIONDA.- No hace falta. No hablo para que me comprendan.
CRISPO.- (haciendo una pausa) ¿Conoces estos parajes?
MALIONDA.- Naturalmente, soy parte de ellos. Mi trabajo consiste (bajando la voz) en acechar a los acechadores profesionales.
CRISPO.- ¡Aaaah!
MALIONDA.- (volviéndose a acercar) Hoy me he dado a conocer, pero lo llevo vigilando varios días. Lo hago por diversión, para desmitificar un poco su trabajo, porque me fascinan estos hombres tan meticulosos y cuidadosos de su deber; tan equivocadamente abnegados. ¡Me asombran continuamente!
CRISPO.- ¡Podríamos matarlo, para que dejase de acechar al prójimo!
MALIONDA.- (pone cara de extrañeza. Pausa. Reacciona) ¡No!, podríamos lastimarlo.
CRISPO.- Sí, claro. (pausa) ¿Y haciéndolo con cuidado?
MALIONDA.- ¡Ni así! Además estoy segura que no le gustaría. Es posible que hasta se enfadara. No conoces bien las imprevisibles reacciones de estos hombres. Y, por otra parte, pienso que debemos respetar las opiniones ajenas, aunque los ajenos no respeten las nuestras. Y, en todo caso, él no entendería que lo matáramos sin antes darle una explicación convincente.
CRISPO.- Sí, pero él acecha. Y acecha sin nuestro permiso. ¿Nos respeta él a nosotros?
MALIONDA.- Pero es distinto. Él lo hace de buena fe. Creyendo que no nos molesta. Para él es una cosa tan natural que la mera posibilidad de dudar le haría desdichado. Además no tenemos por qué contestar con la misma moneda. Se supone que nosotros estamos en el buen camino; para actuar de esa forma tendríamos que abandonarlo, aunque sólo fuera por un momento. Y, entonces, muy posiblemente, no encontráramos la puerta para volver a entrar.
CRISPO.- No acabo de comprender lo que dices. Pero así y todo sigo opinando que deberíamos matarlo, para escarmiento y lección de todos los de su calaña.
MALIONDA.- No conseguiríamos nada. La Compañía mandaría otro y otro, hasta cansarnos. (pausa) ¿Verdaderamente piensas todo lo que dices?
CRISPO.- (sorprendido y bajando la cabeza) No, no; lo digo para hacerme el fuerte. Me gustas y quiero que me admires… (eufórico) Por ti…, por ti soy capaz de hacer lo que no pienso pero si siento.
MALIONDA.- ¿Serías capaz de matarle por mí?, ¿vencería tu instinto a tu razón?
CRISPO.- Sí, estoy seguro que podría hacerlo.
MALIONDA.- Pero si no me conoces de nada. No sabes quién soy. Cuando uno hace algo, cuando uno se mueve o dice algo, por insignificante que esto sea, debe tener un porqué satisfactorio, alto, inalcanzable, absurdo e ilógico. (Pausa) Me asustas porque no piensas lo que dices y dices lo que sientes. Mala costumbre es esa compañero. Es justo pensar luego de haber hablado, pero es altamente peligroso. Debes aprender, tú que estás en tu mundo, a hablar después de pensar, de meditar largo tiempo, y no al contrario. Por eso te pregunto… ¿Sabes quién soy?, ¿sabes si puedes confiar en mí?
CRISPO.- (Cabizbajo y avergonzado) Bueno…, sí que te conozco. Te he acechado durante varios días. He visto lo que hacías, lo que pensabas, lo que ofrecías y lo que guardabas. Yo sé quién eres y lo que haces, pero no he podido averiguar qué no eres y qué ocultas tras tu sonrisa.
MALIONDA.- (Sorprendida) Tal vez otra sonrisa. Así hasta la eternidad. (Pausa) Pero lo que me sorprende es que tú también aceches.
CRISPO.- Naturalmente. En esta vida para obrar debemos conocer… y para conocer debemos acechar… Es lo primero que se aprende. Nos encontramos en una carrera continua y debemos conocer los obstáculos e impedimentos que se nos presentarán durante el largo recorrido, incluso los diversos y camuflados atajos.
MALIONDA.- Eso ya lo sé. O te crees que soy tonta.
CRISPO.- Es un consuelo saber que se es tonto. Yo, desgraciadamente, todavía no estoy seguro de ello. (Pausa) ¿Tú crees que es signo de idiotez no saber expresar las ideas, los pensamientos?
MALIONDA.- (Recordando) Una vez, antes de ser mujer, antes de ser ser, alguien, no recuerdo quién, quizás fuera yo misma, me dijo: “Cuando en tu cabeza hierban las palabras como notas musicales, uniéndose armoniosamente hasta completar la melodía gramatical que exprese fielmente tu pensamiento… ¡sácalas!, ¡expúlsalas fuera de tu mente!
CRISPO.- Pero eso es peligroso; tú misma lo acabas de decir. Te pueden matar de verdad. A mí me asusta esa idea.
MALIONDA.- ¡Chiiisst!, debemos ser cautelosos; (bajando la voz) nos acechan (señalando al hombre). Estamos en tu mundo.
CRISPO.- (dirigiéndose al Achechador) ¡Eh, usted, acechador! (el hombre se gira).
ACHECHADOR.- ¿A mí?
CRISPO.- (Con tono fuerte y seguro) Sí, a usted. (el hombre se queda mirando, pero no se mueve del sitio) ¡Venga aquí, hombre!
ACECHADOR.- No puedo abandonar mi puesto.
CRISPO.- ¿Por qué?
ACECHADOR.- Pueden verme.
MALIONDA.- (Dirigiéndose a Crispo) Está atado por sí mismo. Es un pobre hombre. Cada acto le define. Es triste tener un camino marcado del cual no puedas salirte. ¿Dónde queda la creación y el ingenio?
CRISPO.- (Dirigiéndose al acechador) Pero… ¿quién puede verle?
ACECHADOR.- Los acechados.
CRISPO.- Pero hombre…, si por aquí sólo estamos nosotros.
ACECHADOR.- Es posible que estén escondidos, que acechen, nunca se sabe. En este trabajo todas las precauciones son pocas.
CRISPO.- ¡Pero si no hay nadie!
ACECHADOR.- Ustedes no entienden, es una historia distinta para cada uno de nosotros. (Dirigiéndose a Malionda) Usted hace un momento decía que le daba lástima, que yo le producía pena por no poder salirme del camino que me había o habían marcado. ¡Qué más da el camino! Al fin y a la postre…, ¿somos nosotros los que elegimos? ¿Usted misma, en su camino, encuentra todas las posibilidades de satisfacción? Y si así fuera, ¿no dejaría de ser eso un camino, por muy amplio y llano que se le presente?
MALIONDA.- De todas formas, aunque así fuera, tenemos la obligación de luchar contra el dirigismo; sentirnos, aunque sea falso, libres, honrados con nosotros mismos.
ACECHADOR.- ¿Y qué se consigue con eso?
MALIONDA.- Paz.
ACECHADOR.- ¡Soledad!
CRISPO.- Pero bueno, quiere hacer el favor de venir con nosotros y dejar de hablar a gritos.
ACECHADOR.- (Se encuentra indeciso; al fin, mira a su alrededor y empieza a arrastrase hacía donde se encuentran Crispo y Malionda) ¡Esto me costará caro!
MALIONDA.- ¡Vamos, venga aquí! (Animándole).
ACECHADOR.- (Una vez junto a ellos) ¿Qué desean?
CRISPO.- Vamos a ver (con tono autoritario), ¿usted cree que la muerte es final o principio?
ACECHADOR.- ¿Final o principio…, de qué?
CRISPO.- Pero hombre, por Dios, eso es accesorio; lo importante es saber si es final o principio. (Gritando) ¡Responda!
ACECHADOR.- (Extendido en el suelo) Es que así…, de repente…, me coge desprevenido… (pausa) No sé qué responderle, la verdad.
CRISPO.- (Volviéndose a Malionda) Me lo temía.
MALIONDA.- (Dirigiéndose al acechador y poniéndose de cuclillas junto él). ¿No sabe usted si es principio o final?
ACECHADOR.- (Asustado y cabizbajo niega con la cabeza)
MALIONDA.- (Despreocupada y alegre se levanta) ¡Y qué más da, hombre! No tiene importancia. Yo tampoco lo sé, y no me preocupo por ello. (Dirigiéndose a Crispo) ¿Verdad?
CRISPO.- (Bajando la vista humildemente, pero resentido) No, claro que no, pero…
MALIONDA.- (Cortándole la frase y dirigiéndose al acechador) Ande, ande, vuelva a su puesto. (El acechador se arrastra lentamente hasta conseguir su puesto detrás de la roca).
CRISPO.- ¿Por qué no le humillamos?
MALIONDA.- ¿Más?
CRISPO.- Debemos ser duros con esta clase de gente.
MALIONDA.- No se puede; están acostumbrados a la humillación. No le afectaría nada. Y caso de que se pudiera, ¿cómo lo haríamos?
CRISPO.- No sé…, yo he tenido la idea… Podrías ayudarme en ese sentido. Pensemos un poco.
MALIONDA.- De todas maneras, no me agrada humillar. No obstante es posible que esto le desmoralice y se replantee la vida…
CRISPO.- (Pensativo) Debe ser cuestión de paciencia. Estoy seguro que daremos con la solución.
MALIONDA.- ¡Ya está!
CRISPO.- ¿Sí?
MALIONDA.- ¿Y si follamos delante de él?
CRISPO.- (Sorprendido y balbuceante) Esto…, yo…
MALIONDA.- ¿Qué te ocurre?
CRISPO.- Pues…, no sé…, ¿no te parece demasiado?
MALIONDA.- ¿Demasiado?, ¿para quién?, ¿para él o para ti? ¿Habla tu instinto o tu sentido común?, es decir, ¿el tuyo propio o el de todos, el de la sociedad? (Pausa, rispo no sabe qué contestar) ¡Tengo unos pechos duros y grandes!
CRISPO.- Ya…, ya…, pero aquí, delante de él…
MALIONDA.- ¡Pues claro!, ¿será posible?, ¿no era ése el propósito?
CRISPO.- Sí…, pero la ley…
MALIONDA.- Pero, ¿qué ley?
CRISPO.- No sé…, la ley, la ley de todos, la que no está escrita.
MALIONDA.- ¿La de siempre, te refieres? La ley de todos no es mi ley. Yo soy yo, ¡Malionda!, y llevo mi ley a cuestas. A ti lo que te ocurre es lo deseas y tú mismo te retienes, no te dejas, ¿quién eres tú, el que tira o el que sujeta?
(Crispo se avergüenza)
ACECHADOR.- (Que ha llegado arrastrándose al lugar donde ellos se encuentran) Les advierto que sigo acechándoles, y que pronto pasaré el informe a la Central. Una vez en su destino es imposible anular; se tendrán que atener a las consecuencias.
CRISPO.- (Contemporizador) No se preocupe, no lo tome en serio, ¡por Dios!, está bromeando.
MALIONDA.- (Enfadada) Yo no bromeo con mi ausencia de principios hipócritas. (Sale de escena rápida y enfurecida)
CRISPO.- (Corriendo tras ella) ¡Malionda!, ¡Malionda! (Desaparece también de escena)
………
ESCENA III
(El Acechador y Crispo que vuelve a entrar en escena)
CRISPO.- ¡Ha desaparecido! ¡Está loca! (Se queda en el centro de la escena; mira nervioso a su alrededor. Se dirige al Acechador)
ACECHADOR.- (Mirándole, asiente con la cabeza)
CRISPO.- ¿No le parece demasiado radical en sus actos?
ACECHADOR.- Tal vez haya querido impresionarle o tal vez probarle. Con esta clase de gente jamás se sabe. (Recordando) Llevo bastante tiempo acechándola y sus reacciones son extremas, si bien me temo que sinceras… Esta clase de personajes abundan mucho por estas tierras. Son semisalvajes y anacoretas; no dominan sus instintos, son sinceros y un poco misántropos, insociables. La mayoría son inofensivos, pero a muchos de ellos debemos vigilarlos con tremenda atención, pues tienen frecuentes accesos de claridad objetiva y se vuelven terriblemente peligrosos para nuestra sociedad. Debemos tener un control estricto de sus movimientos. No podemos permitir que den ejemplos tan funestos. La mayoría de nuestra sociedad no sabe diferenciar lo que es conveniente y lo que no lo es. Tienen, en suma, el espíritu a medio formar. Somos nosotros los que debemos velar por el bienestar de ustedes.
CRISPO.- Esto es lo que me asusta. (Sentándose al lado del Acechador). En mi interior, muy en mi interior, soy igual que ella, pero hay algo… (pensando), hay algo…
ACECHADOR.- Que le impide demostrarlo.
CRISPO.- ¡Exacto!
ACECHADOR.- ¡Pero hombre, eso nos ha ocurrido a todos! Es cuestión de voluntad. Gracias a ella he conseguido ser acechador, y no de los malos, por cierto.
(Malionda entra en escena con los brazos abiertos, contenta y exultante)
MALIONDA.- ¡Ha llegado Malionda! ¿A que no me esperabais?, ¿sabéis que tengo tengo la facultad de transformarme en bosque? Puedo conseguir todo aquello que anhelo, porque mis deseos son intrínsecos, sin participación externa, y cuando tengo aquello que tanto ansío, cuando mi mano lo aprisiona (cierra la mano y la muestra), entonces (bajando la voz y acercándose a ellos con tono misterioso), entonces… ¡lo hago desaparecer con un chasquido de dedos! (Abre la mano para mostrar que no hay nada).
CRISPO.- ¡Estás loca!
MALIONDA.- ¡Vaya descubrimiento!, ¿y quién no lo está! Aquél que esté libre de locura que lance la primera piedra. Además, ¿quién y qué te da derecho a calificarme? ¿Pretendes conocerme? ¿Te atreves a intentar comprender tu exterior, cuando tú mismo no te conoces? ¿Ven tus ojos el trabajo de tu hígado? ¿Escuchan tus oídos el correr de la sangre por tus venas?, ¿y con esos sentidos, ¡petulante!, pretendes conocer y comprender lo que está fuera de ti?
CRISPO.- Yo no…, no pretendo nada…, opino tan sólo sobre espejismos, pero que para mí son realidades… ¿Comprendes? Creo que debes ser más cautelosa con tus palabras. Pueden acarrearte disgustos serios. Estamos acechados por continuos espejismos reales, tangibles y peligrosos. Tú lo sabes, aunque lo rechazas y por lo tanto lo sacas del plano de tu realidad, pero por esto no deja de existir. ¡Está ahí! (Señalando al Acechador).No puedes jugar con el futuro…, ni con el mío.
MALIONDA.- ¿Qué tiene que ver tu futuro con el mío? Además yo no tengo futuro, porque ya vivo en él. El futuro es simple pasado de los de delante, y yo estoy muy por delante de ti. Tú eres mi pasado.
CRISPO.- Pro así no se puede ir por la vida…
MALIONDA.- (Interrumpiéndole) ¿Qué vida?, ¿qué dices?, ¿estás seguro de que existes?, ¿no comprendes que puedes ser un espejismo mío, y en cualquier momento desvanecerte? ¡Eres pasado tan sólo!
ACECHADOR.- (Arrastrándose hasta donde se encuentras los dos) Por favor… ¿Les importaría darme sus nombres? Es para el informe.
MALIONDA.- (Contestando de inmediato y casi sin prestarle atención) Este es Crispo y yo Malionda.
CRISPO.- (Asustado) Pero… ¿De qué informe se trata?
ACECHADOR.- (Tomando nota) Del informe. Informe no hay más que uno. Los tenemos redactados de antemano, solamente debemos poner los nombres, lo demás no importa. (El Acechador vuelve arrastrándose a su lugar).
CRISPO.- (Dirigiéndose a Malionda asustado) Estamos perdidos. Nos han descubierto. Hemos… (Malionda le interrumpe).
MALIONDA.- Tranquilo hombre, tranquilo. (Sentándose en el suelo. Crispo la sigue y se arrodilla ante ella. Sigue asustado) Vamos a ver… ¿De qué se nos puede acusar?
CRISPO.- No sé. De nada y de todo. De matar pajarillos con un suspiro. De mirar profundamente. De ocupar un espacio. De conocernos. De tener un nombre y un futuro. De pensar con ruido. De rascarnos. De mover los labios con propiedad. De tener dos manos, dos ojos, dos oídos. De sentir frío y calor. De tantas y tantas cosas.
MALIONDA.- Luego…, sabes a qué temer, ¿y sabes también que te pueden matar por eso?
CRISPO.- Por eso y por mucho menos.
MALIONDA.- ¿Y es justo?, ¿es eso justo?
CRISPO.- Bueno…, es la costumbre.
MALIONDA.- Es decir, que lo admites.
CRISPO.- ¡Lo sufro!
MALIONDA.- ¡Lo admites!
CRISPO.- (Vencido) Lo admito.
MALIONDA.- Pero no te das cuenta que todos, sin excepción, tenemos algo por lo que avergonzarnos. Que se aprovechan de ese complejo de culpabilidad para explotarnos. De que gracias a esto, ¡Dios mío!, todavía debemos agradecer, debemos estar satisfechos de que nos recuerden nuestra hipotética culpabilidad. Si admites todo esto como normal, como lógico, no tienes, pues, por qué quejarte. No tienes salida. Es inútil tu preocupación. Tan sólo te queda esperar. Desde un principio estás en este camino (señalando el camino). ¿De qué te extrañas ahora? ¿No te das cuenta que tú eres quien te juzga y quien te condena? Probablemente serás tú mismo quien reciba el informe.
CRISPO.- ¡Pero no quiero…! (levantándose).
MALIONDA.- (Siguiéndole) En el fondo, mjy en el fondo, allí donde tu pensamiento ya no llega, donde tu voluntad es impotente, desearías zafarte de este enredo, ¿no?
CRISPO.- (Nervioso y acobardado) ¿Y si lo matamos?
MALIONDA.- ¿Otra vez lo mismo?
CRISPO.- No tenemos otra salida.
MALIONDA.- ¡Eh, eh! No tienes otra salida tú. Yo siempre puedo convertirme en bosque.
CRISPO.- Sí, claro, pero yo…
MALIONDA.- (Dudando y pensativa) No, no, no podemos hacer eso. Él simplemente cumple órdenes. No nos servirá de nada. Él no es más que una simple pieza, una pequeñísima pieza del gran engranaje.
ACECHADOR.- (Que ha ido arrastrándose hasta donde se encuentran ellos dos) Perdonen, les estoy escuchando…, al fin y al cabo es mi tarea. ¿Por qué no intentan sobornarme? Quizás de esta forma pueda olvidar el informe.
CRISPO.- (Animado) ¿Es posible? ¿Aceptaría usted un soborno? ¿Lo olvidaría todo?
ACECHADOR.- DE pende de lo que me ofrezcan.
CRISPO.- ¿Qué es lo que quiere? ¿Cuánto?
ACECHADOR.- Existen acechadores de alta categoría que viven extremadamente bien de los sobornos. Hasta el punto que tienen un acechador a sueldo que les hace su trabajo.
MALIONDA.- ¿Es posible?
CRISPO.- (Dirigiéndose a Malionda) ¡Calla! (nervioso e impaciente) Y usted, usted, ¿cuánto pide?
ACECHADOR.- Bien, el asunto, a decir verdad, es tremendamente serio. Han violado diversas e importantes leyes…
MALIONDA.- ¿Y qué importa? Vuestras leyes son artificiales e impuestas; están hechas para desobedecerlas, para quebrantarlas; de lo contrario serían absurdas, estarían de más. Con todo, han significado un trabajo estéril e idiota, por vuestra parte. Os creéis que de esta manera, podéis disfrutar y atropellar legalmente. ¿No le parece? Además, deberían darnos las gracias a todos nosotros. Sin nuestra ayuda, sin nuestra presencia, sin nuestra bobalicona aceptación, no existiría La Compañía, ni usted, ni los sobornos.
ACECHADOR.- Pese a todos, estamos aquí. Esto es un hecho innegable. Y afortunadamente el sol todavía sale para todos.
MALIONDA.- Incluso para los que lo odian.
CRISPO.- Bueno, bueno; volvamos a la realidad. ¿Cuánto nos costaría?
ACECHADOR.- (Rascándose la cabeza y mirando lascivamente a Malionda) No es caro, aunque tampoco fácil de conseguir. Digamos que entra dentro de los cálculos humanos, y fuera de lo que humanamente sería permisible.
CRISPO.- (Confundido) No le entiendo.
MALIONDA.- ¡Yo sí!
CRISPO.- Usted pida…
MALIONDA.- ¡Me ofrezco yo!
CRISPO.- (Sorprendido) ¿Cómo…? (el Acechador sonríe) (Crispo mira a los dos sucesiva y repetidamente) ¡Eso no…! ¡No lo permitiré!
MALIONDA.- ¿Tú quieres dar órdenes a Malionda? Ahora…, ¿quién es el loco?
CRISPO.- Pero no puedes…
MALIONDA.- ¿Por qué? Esto entra dentro de las infinitas e inimaginables posibilidades de mi pasado, de tu mundo, de tu presente. ¿De qué te extrañas? Vuelves a contradecir tu posición en el camino. ¿Estás o no estás? ¿Eres o no eres? ¿Vuelves a la génesis de tu ser?
CRISPO.- (Aturdido) Estoy hecho un lío. Esto debe tener otra salida.
ACECHADOR.- De todas formas no es tan fácil. Mientras, alguien debería ocupar mi puesto. No puede, ni debe quedarse solo, sin acechador. Además, tenemos estipulado que un veinte por cien del soborno pasará, inmediatamente, a nuestro inmediato superior. Y la verdad…
MALIONDA.- Esto se pone efectivamente difícil.
CRISPO.- No queda más remedio que buscar una solución.
ACECHADOR.- Ustedes midan sus posibilidades, y una vez se decidan me avisan. Yo he de volver, mientras tanto, al puesto que tengo allí. Lleva demasiado tiempo solo. ¡Me la estoy jugando! ¡Ah!, y no tarden, el informe puede salir de un momento a otro (se arrastra, otra vez, hacia su puesto).
CRISPO.- Debemos pensar rápidamente. Estoy seguro que pronto llegará el correo y será tarde para poner remedio. (Nervioso) Lo presiento.
MALIONDA.- Para mí es igual el marco en el que me encuentre. ¿No lo comprendes? Bailo al son que marca mi propia música. Mis oídos están sordos a la palabra ajena, y mis ojos no ven más allá de mi propio pensamiento. Mis sentidos no pueden presenciar escenas burlescas aunque sean terriblemente reales. ¿Entiendes?
CRISPO.- Pero eso son fantasías, y esto, como tú dices, es una realidad.
MALIONDA.- Y eso es precisamente lo que nos separa. Que tú te aferras a lo sólido y yo a lo etéreo. Irónicamente mi realidad es tu fantasía y viceversa. Yo puedo ofrecerme a él en lo material, en lo limitado y transitorio, en tu mundo, en ti… Serás tú el que se ofrezca a través de mí.
CRISPO.- Palabras, palabras, no son más que palabras, con más o menos sentido, pero palabras. Estás hablando en un lenguaje que aquí no se entiende.
MALIONDA.- Yo no trato de convencer a nadie. Yo ya estoy convencida, y eso, para mí, es lo importante. Yo valoro el humo de la rama húmeda y quemada que se escapa entre mis dedos. Tú, el olor a quemado.
CRISPO.- Siguen siendo palabras.
MALIONDA.- ¿Y qué son los hechos, sino palabras realizadas?
CRISPO.- La única solución está en matarlo. Hacerlo desaparecer. Y cuanto antes mejor. No debemos perder más tiempo.
MALIONDA.- Allá tú. Haz lo que creas conveniente. Pero de antemano te digo que no conseguirás nada. Absolutamente nada.
CRISPO.- (Preocupado) Lo malo es que no sé cómo hacerlo. Nunca he matado. No tengo práctica…, quizás es que me falta valor… ¿Se puede matar de pensamiento?
MALIONDA.- Se puede, pero se debe tener mucha práctica y decisión para hacerlo. Aunque verdaderamente no matas físicamente a ese ser, él sigue viviendo, en su mundo. Donde lo matas, donde lo haces desaparecer, en de tu mente, de tu vida. Ya nunca más aparece ante ti. Se esfuma como la niebla con el sol. Y con él desaparece todo aquello que le rodea, todo lo que tú, en cierto modo, aborreces. Claro que esto, como te digo, resulta sumamente difícil y complicado. Tendrías que aprender a salirte de tu realidad. ¿Comprendes?
CRISPO.- No mucho, pero puedo intentarlo.
MALIONDA.- Debes forzar tu mente hasta sobrepasar el límite del pensamiento. Debes elevar tu idea por encima de nosotros y entonces borrarla, hacerla desaparecer. Es muy fácil cuando se cree en aquello que se está haciendo.
CRISPO.- (Se coloca las manos en las sienes y cierra los ojos. Pasando unos segundo en silencio, los abre). Creo que lo he conseguido. He visto su muerte. Ha sido horrible. Se veía impotente y me suplicaba. Poco a poco iba desapareciendo como el muñeco que borras en la pizarra. Ha sido una experiencia terrible. (Se gira rápidamente y mira al Acechador) ¡No está! ¡Ha desaparecido! (Por supuesto, el Acechador sigue en su puesto). ¡Lo hemos conseguido!
MALIONDA.- Sí, pero todavía no ha terminado. Ahora debes aprender a ignorar todo aquello que te ataba a él y a su mundo; todo recuerdo, todo efecto que de ahora en adelante creas que se produzca a causa de él. Es muy importante que así lo hagas, de lo contrario no serviría de nada tu esfuerzo.
CRISPO.- Entonces…, ¿somos libres?, ¿podemos hacer aquello que nos venga en gana?
MALIONDA.- Naturalmente. Ese era el propósito.
CRISPO.- (Dudando) ¿No tendremos problemas con La Compañía por esto, ¿verdad?
MALIONDA.- ¡Cuidado! Puedes volver al camino (señalándolo). Olvida y supera o estás perdido.
CRISPO.- Es que…, no sé, me encuentro inseguro, culpable… (al decir esta última palabra entra en escena el Policía, haciendo bastante ruido con sus armas. Malionda, lentamente y cabizbaja, se quita el vestido quedando completamente desnuda y se sienta en una esquina del escenario, junto al árbol, y tan pronto lo hace, las bombillas de éste, se apagan. Su cabeza la coloca entre las rodillas y se abraza las piernas).
…….
ESCENA IV
POLICÍA.- ¡Que nadie se mueva! ¡Ha llegado la justicia! (Crispo asustado levanta las manos) (el policía, renqueante y achacoso, a duras penas puede andar cargado con tantas armas. Mientras el Acechador sigue mirando el camino, inhibiéndose por completo de lo que ocurre en escena) Aquí, tenemos entendido, se han cometido varias infracciones, y sobre todo, una de ellas, muy grave. ¿Usted sabe algo al respecto? (dirigiéndose a Crispo) ¿Cómo se llama? ¿Tiene padre? ¿Orina poco? ¿Se hurga la nariz? ¿Blasfema? ¿Piensa a menudo? ¿Cuando lo hace, profundiza mucho? ¿Se rasca con asiduidad? ¿Ha matado alguna vez? ¿Su pensamiento es fuerte o débil? ¿Le place o le daña su consciencia? ¿Se llama Crispo? ¿Es usted hombre por parte de padre o de madre? ¿Cuántos kilómetros anda al día? ¿Es macho o hembra? ¿Odia por no amar o ama por no odiar? ¿Satisface sus deseos sexuales o trata de reprimirlos?, y si es así, ¿por qué? ¿Babea por la noche?¿ ¿Cuántas comidas hace al día? ¿Ha sido usted el que ha matado al Acechador? ¿Qué piensa hace cuando le detenga? ¿Se siente culpable? ¿Hasta qué punto? ¿Ha pensado en alguna excusa convincente? ¿Tiene amigos influyentes? ¿Está arrepentido?
(Todo esto se lo dice con voz cansada y monótona, leyendo una hoja y sin parar. Crispo continua con los brazos en alto y asustado).
CRISPO.- Yo…, yo lo hice inconscientemente, empujado por ella (señalando a Malionda)
POLICÍA.- (Apuntándole, rápidamente, con una de las armas) ¡Quieto! ¡No se mueva, o le mato!
CRISPO.- (Asustado, vuelve a poner las manos en alto) Per…done, señor Justicia; pero yo le aseguro a usted que no quería, bromeaba, no pensaba que aquel juego tuviera tn graves consecuencias. ¡Ella sí lo sabía!
POLICÍA.- (Mirando hacia donde está Malionda) ¡Yo no veo nada! ¿Quién es Malionda? ¿Dónde está?
CRISPO.- (Señalando a Malionda) ¡Allí! ¿No la ve, señor Justicia?
POLICÍA.- Lo siento…, allí lo único que veo es un bosque, un hermoso bosque.
CRISPO.- Pero si está ahí, desnuda, acurrucada, tratando de pasar inadvertida… ¿no me cree? (Los dos miran) Si se encuentra ahí, junto al árbol. Acérquese y la verá mejor. Su vista no debe ser buena, señor Justicia.
POLICÍA.- (Moviendo la cabeza, al mismo tiempo que escribe en un papel) El asunto se le complica, amigo mío.
CRISPO.- Pero… ¿por qué? (Pausa) Creo que está bien claro. He sido engañado. Además… ¿qué hecho reprobables pueden achacarme?
POLICÍA.- (Levantando la vista del papel) ¿Y las intenciones? ¿Qué me dice de las intenciones?
CRISPO.- (Turbado por un momento y sin saber qué contestar) Pues…, al fin y al cabo sólo han sido eso, intenciones. ¿Se puede juzgar por ese motivo?
POLICÍA.- Pero…, ¿en qué mundo vive usted? Ande, ande, baje las manos y descanse. Pero no se vaya de aquí. Debe considerarse detenido.
(A través de una cuerda que lleva sujeta al cinto arrastra, hasta la escena, una pequeña mesita y una silla. Crispo anda desesperado, de un lado para otro. El Acechador continúa en su puesto como si nada ocurriese. El Policía se prepara la mesa, saca unos papeles que deja encima de ella, y, colocándose una toga, se cambia la gorra de policía por un birrete de juez. Se sienta en la silla y con un pequeño martillo golpea la mesa)
¡Se abre la sesión!
(Crispo se queda de pie frente al improvisado juez, asustado, cohibido)
¡Acérquese el acusado!
(Crispo, con timidez y temor, se sitúa frente al juez)
¡Está bien! ¿Se declara culpable o inocente?
CRISPO.- ¿De qué?
POLICÍA.- (Golpeando la mesa con el martillo) ¡Pregunta improcedente! ¡No ha lugar! (Dirigiéndose al público) Ruego a los señores del jurado no tomen en cuenta tal impertinencia. La cual comprueba y confirma los bajísimos instintos del acusado. (Dirigiéndose, ahora, a Crispo) Le ordeno se ajuste a las preguntas que se le formulen, de lo contrario me veré obligado a continuar sin su presencia. (Pausa) Vuelvo a repetirle la pregunta: ¿Se declara culpable o inocente?
CRISPO.- (Mira a su alrededor, asustado, pidiendo consejo con la mirada. No se decide a hablar) ¡Necesito un abogado!
POLICÍA.- ¡Vaya, hombre!, el acusado necesita un abogado, (sonriendo) ¿Necesitó un asesor jurídico cuando estaba cometiendo los delitos? (Pausa) Le sugiero, le aconsejo trate de simplificar y facilitar al máximo este juicio. Por su bien y por el de los que esperan su turno. (El juez revisa unos papeles y, al fin, como encontrando el indicado, pregunta) ¿Es usted soltero, verdad?
CRISPO.- (En ese momento, Malionda se ha situado a los pies de Crispo, rodeando con sus brazos las piernas de él. Da la sensación que con el contacto se ilumina la cara de Crispo, la seguridad vuelve a él)
POLICÍA.- (Esperando la contestación) Le repito la pregunta. ¿Es usted casado o soltero?
CRISPO.- (Ya tranquilo) ¿Para qué?
POLICÍA.- (Sorprendido) ¿Cómo que para qué? Sabe muy bien que, en este este país, el matrimonio es obligado cuando se llega a cierta edad; está considerado como productor y educador de súbditos; este núcleo, la familia, se encuentra protegido por más de trescientas leyes; al igual que tener un determinado número de hijos, según, claro está, la valoración que le otorgue el Instituto Demográfico y de Estudios para la Conservación del Espíritu y la Letra del País.
CRISPO.- Pero eso es una barbaridad.
POLICÍA.- (Consternado al oír las palabras de Crispo) ¿Cómo…? ¿Cómo ha dicho?
CRISPO.- (Seguro de sí mismo) Que eso que usted acaba de decir es una perfecta barbaridad.
POLICÍA.- (Apuntando en un papel con suma rapidez y murmurando) ¡Madre mía qué expediente…! (Pausa) Entonces… ¿es usted soltero?
CRISPO.- (Sonriendo) ¿Y tú (ahora tutea), eres casado?
POLICÍA.- (Sorprendido, mira a su alrededor. Al fin reacciona y golpea fuertemente con el martillo) ¡Aquí el que hace las preguntas soy yo! ¡¿Está claro?! Además… ¿quién le ha dado permiso para tutearme? ¿Qué falta de respeto es éste?
CRISPO.- Pero… compréndelo juez, ¿qué distancia existe entre nosotros?, ¿qué desniveles nos separan?, ¿cómo un hombre se atreve a juzgar a otro hombre?
POLICÍA.- (Balbuceando de rabia) ¡No se pierda!, conteste solamente lo que se le pregunte. (Pausa) Que venga el primer y único testigo. (El Acechador se arrastra hasta situarse entre el juez y Crispo. Dirigiéndose al Acechador) Usted, por ser víctima y testigo, podrá dar luz a este caso. Deseo que conteste a las preguntas ajustándose al formulario que se le dio en su día. (Dirigiéndose al público) Esto, señores del jurado, que puede parecerles sorprendente y, por qué no decirlo, sospechoso de injusto, está permitido, y es más, así lo aconseja el manual del patriota, que, como todos ustedes saben, es guía y meta del espíritu de nuestro pueblo. El motivo de que el Estado asesore noblemente a sus ciudadanos, es porque, evidentemente, el individuo, a pesar de la buena voluntad y el esfuerzo por cumplir al pie de la letra las leyes, corre el peligro de que involuntariamente perjudique al Estado y, por ende, al pueblo. De esta forma podemos asegurar que los resultados siempre serán satisfactorios y, cómo no, justos para… (Empezándose a reír, y casi sin poder pronunciar las palabras) los intereses de la sociedad (No pudiéndose aguantar, rompe a reír. Después de unos segundos riendo, vuelve poco a poco a la normalidad, empieza a colocar bien los papeles de la mesa y murmura) A mí es que estas cosas… (Riéndose un poco) Es que no lo puedo evitar… (Volviéndose a reír y tratándose de contener) Voy a tener que pedir el traslado, porque… (Riendo otra vez) esto…, esto es demasiado. (Pausa. Consigue ponerse serio y se dirige al Acechador) A ver, usted… Pero… ¿por qué no se levanta?
ACECHADOR.- (Molesto) ¡Soy acechador!
POLICÍA.- ¡Ah, perdón! ¿Lo es usted en grado sumo, o está clasificado en categorías inferiores?
ACECHADOR.- (Otra vez molesto) ¡Poseo tres grados y una mención!
POLICÍA.- (Dirigiéndose al público) Señores del jurado, tal como todos ustedes están oyendo, el testigo y la víctima es de la más noble casta y por tanto digno de todo crédito. Sus respuestas, y no quisiera influir en sus decisiones, deben ser tomadas como dogmas de fe. Un hombre (Señalando al Acechador) como éste, un ciudadano que llega a este nivel, a estas cotas (En ese momento el Acechador es cuando más humillado se encuentra, cuando más pegado al suelo está) merece todos nuestros respetos y nuestro aliento… (Es cortado por Crispo).
CRISPO.- ¡Fétido!
POLICÍA.- ¿Cómo ha dicho?
CRISPO.- Fétido, podrido, hediondo, pestilente, inmundo, infecto, nauseabundo… ¿es suficiente?
POLICÍA.- (Nervioso y sin saber qué contestar, golpea fuertemente con el martillo) ¡Silencio! (Se levanta y saca la pistola. Mira a su alrededor) ¡Que nadie se mueva! ¡Todos quietos! (Pausa) Esto es una provocación, un desacato a la autoridad. Usted lo ha querido. Voy a hacer lo que desde un primer momento debía haber hecho. (Se dirige a Crispo y, sacando un bozal de perro, se lo coloca. Una vez colocado regresa a su mesa. Ahora se dirige al Acechador) Díganos todo lo que ocurrió. De principio a fin, sin dejarse, se lo ruego, absolutamente nada. (Pausa. Cuando el Acechador va a contestar, le interrumpe de nuevo) ¡Ah!, y es usted muy libre de emitir opiniones al margen de los hechos. Comience.
ACECHADOR.- Verdaderamente las cosas han ocurrido rápidas pero evidentes. Todos los hechos que se le imputan son verdaderos, pero yo, si Vuestra Excelencia me lo permite, todavía añadiría (Sacando un papel del bolsillo y mostrándolo) a todo lo que tengo que contestar sobre el acusado, que éste efectuó los actos criminales totalmente consciente. Es decir, que su actuación, en esos momentos, era consecuente con su pensar. Lo cual, lógicamente, agrava sobremanera su situación. Por otra parte, es verdad que fue influenciado por la chica, pero también es verdad, y creo que Vuestra Excelencia estará de acuerdo conmigo, que todo aquél que se deja influenciar por alguien tan nefasto es porque en su subconsciente subyace un germen no muy positivo, que en cualquier momento, y no precisamente por este motivo, hubiera podido germinar. Yo mismo, sin ir más lejos, podría haber caído en las redes de esos cantos celestiales que trataban de envolverme, en cambio continúo fiel a mis principios, a mi credo, soy coherente con mi pasado y, sobre todo, con mi ansiado futuro… Pero volviendo a los hechos que se le atribuyen, debo decir, tal como ustedes sabiamente me han indicado, que, según nuestras leyes de vigilancia para la seguridad y bienestar del ciudadano, el acusado en cuestión, tuvo momento de duda, de tremenda y absurda duda, lo que le llevó a cometer el acto tan reprobable contra la sociedad que, irónicamente, construyó su otro yo. El hecho en sí no tiene apenas valor por cuanto sólo afecta a su propia persona, pero el intento, la premeditación, el estudio frío y, en cierto modo, coherente, es lo que le hace terrible y potencialmente peligroso. ¡Pensó!, y eso, señor Juez, es un cáncer que si no lo atajamos de raíz puede extenderse por toda la sociedad.
POLICÍA.- Bien. Muchas gracias por su colaboración, la cual, evidentemente, no será olvidada en su expediente. (Se dirige al público-jurado) Todos ustedes han oído las declaraciones. Todos ustedes, supongo, estarán al corriente de nuestras leyes, y todos ustedes, espero y deseo por el bien de nuestro pueblo y por el bien de la propia justicia, saben las consecuencias que, una ligereza por su parte, pueden acarrear. Solamente les pido que traten de ser justos…, dentro de las normas, naturalmente. Y emitan un veredicto que sirva como ejemplo a nuestros descendientes. Que el libro de nuestra historia se sienta orgulloso de albergar líneas tan ejemplarmente constructivas y, al mismo tiempo, realce con letras mayúsculas la equidad de nuestros hombres, la bondad de sus leyes, etcétera, etcétera, etcétera. Y bien, dicho esto, solamente me queda oír el veredicto… (Se levanta, serio, circunspecto y mira al Acechador, al acusado y luego, por último, al público) ¿Culpable o inocente?
TELÓN